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Caminar por entre las postmodernas edificaciones de São Paulo y dejar la vista, siempre inquieta, que busque aquello que le atrae, pronto nos encontramos admirando el azul que a todos nos cubre, en busca de lo que ha de haber tras él. De las aceras, muchas de ellas adornadas al compás de la zamba, a los aeropuertos, que cubren las cúspides de los edificios, todo es armonía. Todo es como debe de ser y ya complacida la mirada, que con gusto se sació de lo que a su alcance encontró, se eleva hasta permanecer tranquila en total admiración. Una total exaltación del ánima humana en busca de la perfección. |
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En las calles de São Paulo, que por números y construcciones con todo derecho se puede llamar uno de los grandes colosos de América Latina, los paulistas son amistosos y hospitalarios. Porque les gusta compartir lo que tienen, sin estarse complacidos hasta que no ven en el visitante la misma sonrisa que ellos regalan. Pueden ser rectos, sin vacilar su eficiencia, cuando el trato o momento lo demanda. Sin embargo, la norma es el espíritu de hermandad, aun cuando las lenguas no contribuyen en la comunicación. |
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Realmente cuando el camino nos indicó que São Paulo era nuestro próximo destino, no nos imaginamos todas las agradables sorpresas que allí encontraríamos. Esta ciudad no es turística, posiblemente la más cultural del muy diverso Brasil, pero no del todo recomendada para aquellos en busca de comodidad o entretenimiento. Viendo algunos panfletos turísticos sólo se limitan a presentarla como ideal para ir de compras y por ser la capital brasilera de la pizza. La mayoría de aquellos que la visitan son personas de empresas. Nos imaginamos que esto se deba en parte a la publicidad de que disfruta que no es del todo sana ni tampoco justa, y en parte porque como siempre, la gente va a donde va la gente. Lo cual hizo nuestro viaje mucho más excitante, ya que la aceptación a auténticos turistas, y a caminantes sin rumbo, es excepcional. No somos tantos en medio de un mar de personas ansiosas por recibirnos. |
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La gastronomía de por sí, aun para aquellos de nosotros que tratamos de evitar la pizza y el perro caliente, es razón para cambiar la percepción que nos inculcan de São Paulo. Cocinas de todo el mundo se esmeran en complacer el paladar de aquellos que a sus establecimientos acuden. Desde el delicioso caldo de cana (jugo de caña o guarapo) hasta los platos de carnes y pastas en los lujosos restaurantes complacen todos los caprichos. La vida nocturna comienza el miércoles al atardecer y continúa escalando hasta unir al sábado con el domingo, pero de esto solo tenemos que decir que São Paulo hace honra a Brasil. |
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Muchos museos, muchos parques, muchos estadiums de fútbol, muchas iglesias de todas las religiones, shoppings, tiendas establecidas y mesas por las calles con todo tipo de mercancía, uno de los mejores parques zoológicos que hemos visitado, y gente por todas partes. El tráfico se mueve con relativo orden por amplias avenidas que cruzan puentes y se esconden en túneles todos muy bien mantenidos y de diseño muy atractivo. Claro, durante las horas de la mañana y la tarde es bien congestionado y puede ser impresionante para aquellos que no están acostumbrados a ciudades de estas magnitudes, pero avanza mucho más rápido de lo que nosotros hubiésemos estimado. Los trenes y autobuses contribuyen a la movilización de los millones de habitantes de forma eficiente y organizada. |
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Hay residencias muy lindas y hay barrios muy pobres. Como siempre, no fuimos invitados a visitar ninguna de las bellas mansiones pero sí tuvimos el gran honor de pasar tiempo con personas en los barrios menos pudientes. Nos dijeron que no eran fabelas porque las casas no eran de madera, pero para todos los efectos el estado económico era bien desfavorable en varios de los lugares que visitamos. ¡Qué gente! ¡Qué trato! algunos en su hospitalaria espontaneidad no estuvieron muy lejos de adoptarnos. Proposición que sinceramente nos hubiese agradado mucho porque aquello allí es como una gran familia a la cual todos están muy orgullosos de pertenecer. Y para nosotros, el ser aceptados en esa familia sólo por ser como somos es el mayor regalo que se nos puede hacer. |
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