Un deseo que por mucho tiempo teníamos era ver la Gran Muralla de China y en este viaje el deseo se hizo realidad. Claro, sólo vimos una pequeñísima sección de esta obra colosal.

Son muchos los cuentos que nuestros abuelos nos hicieron de la Gran Muralla de China. Según los años cursaron, fue también mucho lo que hemos leído y un gran sinfín de fotos que hemos visto, pero el llegar hasta ella y verla bajar de la alta montaña fue algo tan impresionante que no hay palabras ni fotos que puedan describir la experiencia.

La Muralla fue comenzada por tres reinados independientes. Eran fortalezas con el propósito de protección. Una vez que el emperador Qin Shihuang, el mismo de los Guerreros y Caballos de Terracota, logró consolidar el imperio, hace unos dos mil años, ordenó la unión y extensión de las murallas a través de toda China. Entonces se convirtió en una sola muralla, la Gran Muralla de China, que además de haberle prohibido al enemigo invadir a China, simbólicamente sirvió para unir las diferentes etnias en un solo pueblo chino.

La construcción y expansión de la Gran Muralla continuó durante los imperios posteriores, llegando a alcanzar 6,700 kilómetros, atravesando desiertos, montañas y praderas. En gran parte de su extensión es una sólida pared de diez metros de alto y cinco metros de ancho. Cada cierta distancia tiene cuarteles donde se guarnecían a los soldados que una vez la usaron. En su parte superior es suficiente ancha para poder movilizar al ejército en caso de ser atacada.

En el presente ya la función de protección no es necesaria. Sin embargo, el valor cultural de la Gran Muralla es inigualable. A pesar que en algunas partes se ha deteriorado, en ciertos casos hasta llegar a desaparecer, por su colosal tamaño se le estima una de las maravillas del mundo. En 1987 UNESCO la declaró Patrimonio de la Humanidad.